Frank Kafka y yo.




Nadie me observaba, no era necesario para desplegar mi propia esencia. Ahí estaba yo, con un café en la mano izquierda y un puñado de movimientos estudiados, al amparo de la artificialidad y alejado de toda naturalidad, configurando mi espacio, confirmado por mi propia presencia.

Cada uno de mis movimientos, milimétricamente medidos, premeditadamente seleccionados, se desenvolvían en el entorno, y configuraban una escena de represión interna. De este modo, todo lo aparentemente próximo, se me antojaba como en otra dimensión, infinitamente alejado de mi mismo.

Era muy fácil determinar mi propia individualidad, reflejada a veces, en la faz líquida que sobre la taza de café del primer párrafo, bailaba. Sin embargo, lo realmente difícil era aceptar la connivencia. Todo convivía a mi alrededor, salvo yo.

Gracias a la indulgencia de mi conciencia, profundamente dormidiza, fui sobrellevando aquella circunstancia. Mi afán por la consecución de una individualidad indiscutible, había mermado mis posibilidades en el ecosistema social que me contenía, sentenciándome, con sus ojos de tristeza.

~Juan Francisco Vázquez Fontalva~

Aquellos con miedo.

oooooooooooooooooo~Juan Francisco Vázquez Fontalva~

Correcta provocación.




Yo había estado preparándome un guión, el cual, no recordaba.

Así, con esa indecisión y claramente afectado por el nerviosismo, salí al escenario. Tras balbucear las primeras frases, en un pronto inesperado, me meé. Un tremendo foco de luz presentado ante mí, me delataba ante el público.
Miré hacia abajo y observé que mi lustroso pantalón rojo -que había elegido para la ocasión y que resultó ser un traidor- había adquirido ya... dos tonalidades. Se figuró así, un dibujo disperso y húmedo en él.
Yo, que no tengo mucha memoria, comenzaba a recordar con detalle todos los puntos del guión que me había preparado; pero resultó ser que ya que no había decidido la humedad insultante de mi pantalón rojo, y como después de los últimos silencios comenzaban ya... las primeras risas, decidí sin más remedio actuar.
Aquella noche, se habia vuelto más oscura. Yo, un ateo protestante, comenzaba a creer en Dios. Estaba claro que taparse con las manos la susodicha evidencia era concentrar definitivamente, las pocas miradas que no habían acomodado a sus retinas el surco.
Como yo por entonces no estaba muy concentrado, después de vaciar el riñón que me quedaba, me acuchillaron unas enormes ganas de cagarme. Pero no os preocupéis, no lo hice. Quiero decir... y a esto me refiero, que no me lo hice encima que quizás con la presura me olvidé de bajarme los pantalones, pero tuve suficiente con bajarme los calzoncillos; blancos; que esposaron rápidamente mis tobillos. Para colmo, nos vino a acompañar al parto alguna de esas ventosidades malolientes, que encima, se pronunciaron gracias al eco, en toda la sala. Por lo visto, yo -el protagonista de la función- había perdido toda voz.
Hasta los tímidos se distinguían en la oscuridad de las últimas butacas; pareció ser que la luz del escenario se traspasó al aforo, pues incluso ciego -absorto- contemplaba al público perfectamente (cómo me contemplarían ellos a mí).
Fue aquí cuando había olvidado ya unos cuantos puntos del guión que me había preparado, incluso comencé a olvidar al público y... me masturbé. Por supuesto mi fuente de inspiración fue la hija negra que me figuraba ya, había tenido. Incluso poco después, imaginé sus brazos y la abracé.
Con el esperma que insultantemente había rechazado mi cuerpo; vestí a la hija negra que había tenido, presumiéndola como la más bella de todas las féminas que nos acompañaban. Creo honestamente que en este punto de la función, la gente empezaba a amortizar la entrada.
Cuando se me bajó la polla -perdón- comencé a recordar que era un tipo recatado y formal. Ya no sabía si guardar las formas, pero la mierda estaba claro que la tenía que guardar en algún sitio y qué mejor lugar que dentro de mí. -sí avispado seguidor, me la comí... y aún recuerdo su sabor cada vez que aborto en el retrete, me sabe a mucha gente.
Entonces, se encendieron más luces, la función había finalizado, perdía de esa forma gran parte de mi protagonismo, de mi individualidad. ¿he dicho mí? Apunta un fa, pues fueron así como se escucharon los primeros golpes que me propinaron. Por suerte, un grupo bastante reducido me elevó en hombros <- un buen tipo que apoya a mucha gente- y parece ser que la parte restante sumaba mayoría. Era justo el grupo que había estado sentado a la derecha y parte del centro y parece ser que estos -los bondadosos- no habían observado la mierda de mi plenitud en su totalidad, estaban mal emplazados. Bueno, el caso es que me mataron. Unos me aplaudieron a golpes, otros se aplaudían y otros -la mayoría- miraba con los ojos cerrados.
o
Ahora soy un emblema rupturista, la comunidad antisistema me adora... aunque también es verdad que he roto con ellos.
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o
~Juan Francisco Vázquez Fontalva~

Conmigo, sin ti.


000000000000000000 Imagen: Melancolía, de Edvard Munch.



Caerá la madrugada bajo el brillo de la luna
Y comenzarán las gotas a resbalar insospechadas.
Te abrigaré la espalda con diligencia descarada,
Te abrazaré en el porche y tú no dirás nada.


Seguirá el camino recordando nuestros pasos,
Firmarán los rastros en los charcos de la acera.
Notarás mi aliento y fumarás de su calada,
Te besaré en los labios y tú no dirás nada.


Marcharás despacio junto a esa tu mirada,
Huirá la madrugada y el portazo de tu puerta,
Se encenderá la luz del alba corrigiendo la ceguera,
No habré llegado a casa, muriéndome en la acera.
0
o

~Juan Francisco Vázquez Fontalva~

Tú, la misma de ayer.



Las luces de la noche me despiertan. Voy en un tren.
Puedo sentir el aire vagabundear sobre mi piel;
puedo guardarme a oscuras e infinitamene en el rincón,
puedo olvidarlo todo, y sin embargo a ella no.
e
La noche me disputa la penumbra del rincón.
El café se ha derramado ineficaz en la almohada
y los ojos de mi rostro cierran filas,
el vacío hace acto de presencia entre mis brazos,
ansiosamente amados por la ausencia.

Yo amo el horizonte porque no puedo alcanzarlo.
Tú, que amaste la indiferencia de mi mirada,
fugada ahora, de cualquier presencia tuya.
e
Tuyas son mis noches de desvelados sueños,
de interrogantes sin respuesta, de ecos sin voz previa.
e
Entonces,
hablo con las sombras de mi voz y les pregunto,
y nunca hay respuesta, sólo silencio.
o
o
~Juanfra Vázquez Fontalva~

Ayer.


Imagen de Casablanca (1943) con Sam y Bogart.




Ayer pensé en la distancia,
en cumplir solamente con la ausencia,
en arrestar el dolor del recuerdo,
en el fondo del licor que bebo.

Ayer mis párpados huyeron,
y llegaron al sentir del cielo,
unas lágrimas entre la lluvia habida
huían de unos ojos presos.

Ayer cumplí con el destierro
y con todas las heridas prometidas,
fueron el silencio de mi grito,
la escarcha que me dejó ciego.

Ayer escuché en mi reloj de arena,
al tiempo morder todas mis horas;
y pisaban el futuro en las aceras,
mis pasos, sin sus huellas, solos.

Ayer pensé en olvidarte,
y el olvido recordó tu ausencia;
vuelvo a casa sin latido,
dueño del silencio, herido.


~Juanfra Vázquez Fontalva~

Un domingo cualquiera.

Hace algunos días me ocurrió algo extraño. Algo que extraditó mi conciencia a la confusión más babélica.

Salí del portal de mi casa. Me dirigí a un bar cercano que forma parte de la soberana rutina que me dictan frecuentemente los domingos. Me senté en el mismo lugar de siempre, en la misma terraza del mismo bar. No era difícil que un chico relativamente joven como yo, se percatara de que era el mismo de siempre. Un pájaro alzó el vuelo y comencé a cuestionar la libertad. El camarero me preguntó que si quería tomar lo de siempre, un té doble con dos sobres de azúcar. Dije sí con la mirada y comencé a hacerme la idea de que sería fácil denigrar la simpatía de aquel que me servía el té en aquella mañana de domingo. Pero los domingos son días tranquilos, sosegados. La gente vive más despacio, la mañana despierta lentamente mientras acecha al mediodía, y cuando te das cuenta son las siete de la tarde y se te ha pasado la masturbación de después de la comida. El domingo no encuentra a nadie que le despierte aunque despiertes en un hotel después de una noche de sexo. Un domingo es un día sin latido, donde la intensidad no existe. Pues bien, a diez metros pude ver al camarero recitar movimientos pasajeros con sus pies extraños mientras se acercaba a mi mesa. Dejó caer el té sin derramarlo y luego pude reconocer por el sonido de los pasos que se alejan, que se había marchado. Podría haberle tirado el té en el momento en que lo dejó reposar hirviente sobre la mesa, o en un momento posterior, estando el té en la misma, cuando me dedicó una de esas histriónicas sonrisas incomprensibles para mí e inadecuadas para alguien que apenas gana mil euros mensuales, doscientos de los cuales los invierte posiblemente en drogas. Pude haberlo hecho, pero no lo hice.

La tacañería del mediodía se me adentraba poco a poco por el codo. En cierta manera, los mediodías no nos otorgan nada. Muchos de nosotros los ocupamos en amplias siestas o en prórrogas de nuestro almuerzo pura traducción de tiempo perdido. Otros simplemente trabajan para otros. Otros, vuelven a casa con sus coches; otros vuelven andando; otros no vuelven sino que van. Yo también me había ido de la prosa que prometí en mis primeros pensamientos, por ello, volví al camarero, me deposité sobre su bandeja que sin ser de plata como la de Wilder, era más bien cómoda, permisiva con la reflexión, un afluente de la libertad o de la abstracción. Comencé a pensar que era difícil comprenderme, sobre todo cuando eres más bien idiota. Yo en ocasiones lo era. Como el resto de mi generación. Jamás logré comprender la sencillez, fui muy deficiente en lo cotidiano. No me importaba. Por suerte esos estúpidos tests me pronunciaban bien, me defendían entre números elevados de gloria intelectual. Los fundí todos, todos. El test de Raven, el test de Lewis Terman, el test de Mensa Internacional, incluso el Test de Antena3.

El camarero sabía más que yo sobre el entorno que nos abrazaba. Yo tenía muchas cuestiones, es cierto, pero ninguna respuesta. Además, él me conocía más de lo que yo pude conocerme jamás. Sabía por ejemplo, que había ganado un concurso local de poesía, y ello era algo a lo que yo aún no me había hecho la idea. No disfruto demasiado del éxito, no dejo que me aplaudan demasiado. Pero en ocasiones también yo me aplaudo, sobre todo en silencio.

Cuando sorbí por sexta vez el té que habían dejado caer mecánicamente sobre mi mesa, el chico al que pude haber denigrado me pasó un papel, fue rápido, como el viento. Tan rápido que ni siquiera me dio tiempo a sorprenderme. No empeciente, mi tranquilidad agonizaba en los dedos de mis manos, pero muy elegantemente cogí el papel de la mesa y lo miré, estaba doblado en dos. Esperé unos segundos antes de desplegarlo para así tamizar el ansia que tan mal sienta a la elegancia, alimentando la tranquilidad de mis dedos. Mientras, pensé que quizás era la correspondencia de alguna chica que se guardaba junto a su pudor en el interior del bar; y que no tenía la suficiente valentía para comentarme boca a boca que yo era el hombre de su vida, que mis genes eran quizás sus preferidos, para cumplir el sueño de ser madre. Sin embargo, pronto pude ver que el papel que me había recetado el camarero casi por intromisión, maquillaba sobre el papel en tinta, la cuenta de mi té, sólo eso.

Nuestras mentiras las que nos convencen.
o
~Juanfra Vázquez Fontalva~

Es difícil...

Imagen extraída de http://www.redcientifica.com/images/doc200210070300chica_llorando.jpg

Es difícil recurrir a la empatía ante alguien que acaba de subir a un tren que marchará definitivamente. Es difícil incluso, entonar palabras sinceras mientras ese tren huye abrazado a un rail distinto al tuyo. Es difícil involucrarse en los ojos de esa persona mientras se aleja, junto a ese tren, y junto al incesante ruido que maneja un rumor indiscutible con clamor de despedida.

Sin embargo, yo te espero en cada esquina iluminada, en cada portal desatendido, en cada uno de los minutos de mi tiempo. Te espero al lado de los días, bajo la lluvia, en unos ojos. Te espero en las despedidas, y en las llegadas. En el carmín abandonado de mi mejilla izquierda, en casi todas mis madrugadas. Te espero en el olvido y te espero en el recuerdo.


En la ausencia, también te espero.


A una chica que se fue sin despedirse.

~Juanfra Vázquez Fontalva~

Tal vez vivir. (SONETO)


[Saló o los 120 días de Sodoma]

Ruego se respeten los silencios,
incrustados en las comas.

Tienen mucho que decir.



Vivir, tal vez seguir acompañando,
la voz, unos pasos, el frío invierno,
la pluma en tinta, la hoja en el cuaderno;
tal vez la risa en llanto suspirando.

Vivir, lo sé, la vida palpitando,
no sabe si fingir, ceder gobierno,
llenar un ataúd, vivir lo eterno.
ni lo que dejará, en memorando.

Vivir, quizá la misma muerte sea,
que poco a poco alega hacia el final.
Quizá en vida, lo que hablo, no se crea.

Babélica y muda es, mi verborrea;
pues nada siento, siendo horizontal,
y tengo miedo, que la muerte sea.

~Juanfra Vázquez Fontalva~

Declaración de nacimiento.

Hoy nace este nuevo blog. Y la verdad, no sé sobre qué escribir. Con la simpatía recargada tras el aparente éxito del anterior y con los planes de quién degusta de la improvisación, me lanzo en esta nueva aventura básicamente con la intención de conocer –en la medida de lo imposible- a quienes quieran inventarme.

Quienes creen conocerme –tienen demasiado crédito- dicen que suelo escribir sobre tristezas ajenas, amparado por la excesiva comodidad de mi escritorio; dicen de mi que jamás dejo siquiera entreabierta la discusión real de mi conciencia y que no sufren mis palabras lloradas sobre el papel. Es mentira, es cierto, es mentira, pues me acuesto cada noche con la irritabilidad de haber vivido y con la ausencia que padecen todos aquellos que en alguna ocasión han tenido un sueño. Dicen que amanezco muy temprano, en un mar después de un naufragio, y que son las lágrimas ajenas las mismas que me permiten retornar a la orilla.

Este blog es la herencia de unas noches que murieron, y de otras que necesariamente morirán. Se derramará, en testamento, la experiencia de una adolescencia afiliada a la inquietud y asfaltada en el desorden. Se ordenarán las letras de superficialidad finita y concursarán en la noche junto a mi conciencia.

Este blog es también, una puerta abierta para todos aquellos que deseáis que se abra, entended esto, como una invitación a ser dueños de esta bestia que crecerá hasta que no podamos dominarla. Nada es mío porque nada tengo.

Por todo ello o quizás por nada, este blog se abre como una herida (sin esperanzas de ser curada).

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~Juanfra Vázquez Fontalva~

Tempus Fugit.





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